Los músicos de la Banda Sinfónica Complutense sabemos que el concierto de Ferias no es un concierto cualquiera, de aquellos que denominamos: “de inicio de temporada”. Supone todo un acontecimiento tanto en lo personal como en lo social, debido a que en esta primera actuación se ritualiza la puesta de largo de nuestra agrupación después del merecido descanso estival, con la inestimable asistencia y acompañamiento del público alcalaíno.
En lo personal deviene tras un periodo de mayor o menor actividad musical en el que algunos componentes de la banda han aprovechado para “desconectar” totalmente; también hay quién vehiculiza la falta de una rutina acusada para ejercitar, hasta cotas inimaginables, su destreza con el instrumento; y finalmente están los que, como el que suscribe esta crónica, despistan al maestro haciéndole creer que hemos invertido más tiempo en el hábito artístico que el empleado realmente. Venimos de complejas situaciones que tenemos que armonizar en un día de ensayo y esto es, simplemente, magia.
Pero, Sin lugar a duda, la característica más importante de esta actuación, radica en su importancia social. Por una parte, porque los músicos volvemos a encontrarnos después de un largo periodo de asueto, con un objetivo compartido que volvemos a conectar, dando forma a un proyecto artístico común, libremente elegido y aceptado. Lo que en los tiempos que corren, supone una auténtica transgresión: trabajar cooperativamente por un bien común, invirtiendo lo mejor de cada uno. Y, por otra parte, porque volvemos a interactuar con las personas que habitualmente vienen a apoyarnos y que, de manera genérica, denominamos como “nuestro” público. Algunas de ellas llevan acudiendo a este concierto los 25 años de existencia de la banda y otras, por desgracia, ya no volverán nunca más. Por ello, lo más importante de este primer concierto de la nueva temporada, es volver nuestra mirada hacia estas personas que nos han dejado y rendirlas un sentido homenaje de reconocimiento porque gracias a sus aplausos, consejos, palabras, mensajes y críticas que algún día aglutinaron y nos dirigieron, hemos crecido tanto en lo musical como en lo humano.
En esta ocasión cambiábamos de escenario. Tras muchos años recibiendo el cariño del público en la Plaza de los Irlandeses, nos trasladamos a la Plaza de los Santos Niños. Un lugar emblemático del casco histórico donde, aunque suene extraño, no sólo se interpreta para los asistentes. En este tipo de lugares donde el tiempo y el espacio se difumina, también se toca pensando en las personas que alguna vez horadaron las quejumbrosas piedras que regalan el paisaje. La música sirve de vehículo atemporal que conecta presente y pasado. Por eso deslizamos un concierto fuera de plano que seguramente se quede reverberando en las piedras de la Magistral para futuros “escuchantes”. La energía ni se crea ni se destruye, simplemente… Interpretamos músicas eclécticas que divierten y hacen olvidar la rutina, perfecto repertorio para el contexto festivo de la ciudad. La lluvia respetó el concierto, a diferencia del año anterior y “nuestro” público volvió a aplaudirnos como si fuera la última vez, en un escenario en el que resaltó la música y la piedra.
Muchas gracias por volver, muchas gracias a los que no volvisteis, no os olvidaremos.
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